Podríamos considerar que es inapropiado discutir la realidad de la muerte de una manera tan directa como lo hacemos aquí. Sin embargo, creemos que cuanto antes la persona acepte plenamente que en algún momento indefinido morirá, más pronto podrá empezar a prepararse para la muerte, en lugar de esperar hasta que sea demasiado tarde. Al cobrar consciencia de la muerte, estamos siendo completamente honestos con nosotros mismos y con la naturaleza de la realidad en general. Cuando ya no intentamos escondernos de la muerte, ni pretendemos que somos inmunes a ella, descubrimos que se torna mucho más fácil respirar e inmediatamente nos sentimos más seguros, relajados y en paz.
Una manera eficaz de familiarizarnos con la impermanencia consiste en concluir cada sesión de meditación contemplando específicamente, durante unos minutos, la naturaleza transitoria tanto de los fenómenos en general como de nosotros mismos. Luego, tenemos que trasladar esta consciencia a nuestras ocupaciones cotidianas para no olvidar la transitoriedad mientras llevamos a cabo dichas actividades. Aunque, sin duda, no es cuestión de repetirnos de manera machacona que las cosas son transitorias; se necesita un esfuerzo decidido para desarrollar una visión clara que nos permita percibir en todo momento la transitoriedad. Adicionalmente, visitar de vez en cuando un cementerio puede ayudar a fijar esta idea.
Sabremos que nuestra práctica sobre la impermanencia es correcta porque, con cada respiración y latido cardiaco, nos tornaremos profundamente conscientes de la incertidumbre de la hora de la muerte, así como de su inevitabilidad. Las situaciones que antes nos resultaban estresantes ya no nos afectarán, y nuestra perspectiva de la vida se volverá vasta y espaciosa. Si una persona acude a nosotros para quejarse o protestar, en lugar de llamarle la atención o responder con un comentario ingenioso, podremos tomar distancia y responder con compasión y dulzura. Percibiremos lo absurdo que es pelear o discutir y, sin ningún esfuerzo deliberado por nuestra parte, experimentaremos amor y bondad genuina hacia la persona que sufre y que tenemos ante nosotros.
La meditación sobre la impermanencia nos ayuda a priorizar lo que es importante en la vida. Si nos sentimos estresados a causa de nuestro trabajo, finanzas, salud o relaciones, tal vez deberíamos preguntarnos si realmente merece la pena preocuparse por este tipo de cosas. Dentro de cien años, es seguro que tanto nosotros como la persona o la situación que nos preocupa dejaremos de existir. De hecho, ¿podemos siquiera albergar la certeza de que seguiremos vivos o sanos durante un día más?No decimos que debamos preocuparnos de manera constante por la muerte, pero apreciar plenamente que la muerte nunca anda demasiado lejos puede ayudarnos a poner las cosas en perspectiva.
Lo más hermoso es que, al permitir que la comprensión de la transitoriedad impregne nuestro ser, aprendemos, poco a poco, a no aferrarnos demasiado a las cosas. Eso significa que, si la gente y las cosas que amamos están presentes, podemos apreciarlas verdaderamente, pero, cuando desaparecen, también las dejamos ir con mayor libertad. De hecho, la investigación demuestra que una mayor aceptación e interiorización de la transitoriedad mitiga la angustia psicológica y contribuye al desarrollo y la recuperación tras la exposición a situaciones traumáticas. Por ejemplo, se entiende que el proceso de duelo comienza, por lo general, con un periodo de shock y luego atraviesa las fases de angustia y negación, luto y, finalmente, recuperación. Sin embargo, parece que una mayor familiarización con la naturaleza provisional de la vida ejerce una especie de efecto de resiliencia que mitiga el proceso de duelo y provoca que la fase de recuperación se inicie más temprano.Esto concuerda con los hallazgos de nuestra propia investigación, los cuales muestran que el mindfulness de la transitoriedad no solo ayuda a la gente a soltar el dolor psicológico, sino que también es una experiencia gozosa y espiritualmente enriquecedora.
Cada vez que hacemos algo, lo hacemos por primera y última vez. Cada respiración es nueva. El momento presente se desvanece exactamente en el mismo instante en que se manifiesta. Este reconocimiento contribuye a investir de gran significado nuestras acciones y palabras. Todos los fenómenos son transitorios; no pueden perdurar aunque quieran. Por tan-to, permitamos que la experiencia se desarrolle sin aferrarnos a ella, disfrutando profundamente de la práctica de sentar-nos tranquilamente a observar el nacimiento y la muerte de los fenómenos.
(Fuente: Shonin, Van Gordon, García-Campayo. El Guerrero Atento. Kairós, 2017)
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