Pocas veces pensamos en lo que tenemos;
pero siempre en lo que nos falta
Schopenhauer
La vida es una pérdida continua, un duelo constante. Vamos perdiendo personas por fallecimiento o porque se alejan de nosotros; perdemos la juventud; perdemos trabajos, dinero, nuestro país o ciudad si emigramos; perdemos salud con las enfermedades; perdemos facultades con el envejecimiento, hasta que al final perdemos la vida y tenemos que despedirnos de todo. Unas pérdidas son más difíciles y dolorosas que otras, muchas nunca acabamos de superarlas y tendemos a negarlas, esperando volver a recuperar ese objeto. Aceptar las múltiples pérdidas es un trabajo que tendremos que hacer toda la vida y que es muy saludable.
Junto a la pérdida evidente de una persona, un trabajo o la juventud, existe lo que denominamos en psicología “carencias”. Cuando somos jóvenes, hacia los 20 años, todos tenemos una idea de lo que queremos conseguir en la vida, de cómo queremos que sea. Hacia los 40 años aproximadamente nos damos cuenta de que, algunas o muchas de las cosas que queríamos tener en la vida, nunca podremos alcanzarlas. Esta es la base de lo que se denomina la “crisis de los 40”, la certeza de que muchas de nuestras aspiraciones no se cumplirán. Algunas de las carencias que solemos tener los seres humanos son: no haber podido tener hijos, o que los hijos estén enfermos, o haber tenido más hijos o de otro sexo; haber tenido pareja estable o que la pareja fuese de otra forma; haber tenido otra familia, bien sea padres más cariñosos o no haber tenido un padre ausente, haber tenido hermanos de uno u otro sexo; haber podido estudiar en la universidad, o hacer otra carrera diferente, o tener otro trabajo; tener más éxito profesional, mayor reconocimiento por parte de los padres o de los hijos o de la pareja. La lista de carencias es interminable.
Son más difíciles de detectar que las pérdidas porque son más sutiles y tendemos a negarlas. Un ejemplo sería la fábula de “la zorra y las uvas”. En ella, una zorra observó unas uvas en una parra que resultaban apetecibles. Intentó cogerlas pero, viendo que no podía escalar el árbol, dijo: “No vale la pena, están verdes”. Las uvas estaban maduras, pero como no podía alcanzarlas, negó el hecho autoconvenciéndose de que estaban verdes. Si hacemos una negación de la carencia, solemos evitar aquello que nos recuerda lo que nos falta. Si, por ejemplo, quería tener hijos y no he podido, prefiero no estar con otras parejas que tengan hijos, porque me confronta con la carencia. A menudo, es un proceso subconsciente, ni nos damos cuenta cuando aparece.
(Fuente: Garcia Campayo J. Cómo reducir el sufrimiento con aceptación y Mindfulness. Siglantana, 2019) (Foto: Creta)
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