Para el chamanismo, el auténtico enemigo del crecimiento humano y el origen de todas nuestras miserias es la compasión por uno mismo. Un cierto grado de compasión es necesario, ya que sin ella la humanidad no podría existir. Sin embargo, la autocompasión rápidamente se transforma en «importancia personal». Esa importancia personal sería la fuerza generada por la imagen de uno mismo, el personaje que nos hemos creado y con el que nos identificamos, y que se mantiene mediante el recuerdo en forma de autobiografía. La importancia personal, esa imagen cristalizada que mantenemos de nosotros mismos, es lo que mantiene el «punto de encaje», nuestra forma específica de ver el mundo, que está mediatizada por la importancia personal.
Una vez que movemos el punto de encaje ya no estamos atados a las preocupaciones del mundo cotidiano, nuestras cadenas están rotas. Aún estamos en el mundo diario pero no pertenecemos a él. A diferencia del resto de humanos, ya no estamos preocupados por nosotros mismos.
Al cambiar el punto de encaje, la posición de racionalidad y el sentido común se debilitan. Por esta razón, todo lo que hacen los chamanes va dirigido a acabar con la importancia personal. En cuanto se mueve el punto de encaje, la imagen de sí pierde su enfoque y se derrumba la autocompasión y la importancia personal. Nuestro punto de encaje habitual, donde habita la importancia personal, estructura un mundo de falsa compasión, en que solo existen la crueldad y el egoísmo. Los únicos sentimientos son los que convienen a nuestra importancia personal. Mover el punto de encaje lleva al chamán al punto de «no tener compasión». Este no es un punto cruel, sino de cordura. Como puede verse, todo este proceso es similar al desarrollo de la bodhicitta descrito en algunas tradiciones budistas.
Las religiones tradicionales africanas constituyen un caleidoscopio de creenciasque agrupa a más de 100 millones de creyentes en diferentes países de África, ademásde sus ramificaciones en América, donde incluyen la santería en Cuba y el vudú enHaití, así como el Candomblé o el umbanda en Brasil. Los principios básicos de estasreligiones incluyen:
1.- La creencia en Dios como creador,protector y controlador de todas las cosas.
2.- La creencia en las divinidades,como funcionarios y. mensajeros de Dios, así como en los espíritus, ligados a animaleso elementos naturales, y que influyen positiva o negativamente en la vida de losseres humanos.
3.- La creencia en los antepasados,como jefes de la familia o de la comunidadincluso después de muertos, así como la creencia en la magia ejercida por los hechiceros,quienes tienen poderes capaces de proteger a los individuos dedesgracias sobrenaturales.
La compasión, más que descrita comouna actitud o conducta recomendable, suele estar representada por divinidades específicas.Por ejemplo, en la religión Yoruba, una de las más importantes religiones tradicionalesafricanas, la compasión está implícita en la deidad Obatalá, también llamada Oxaláu Ochalá, que es el orisha mayor, creador de la tierra y escultor del ser humano.Fue enviado a la tierra por su padre Olofin para hacer el bien, ya que se caracterizapor ser misericordioso y buscar la paz y la armonía. Por tanto, la compasión estáen la base de muchas de estas religiones representada en alguna de sus divinidadesprincipales. Pero también es un concepto que imbuye el día a día de estas comunidades.
Así, una de las mayores expresionesdel concepto de compasión, tomado en un sentido amplio, aplicado a la tradiciónAfricana, sería el «ubuntu». Es una palabra de los idiomas sudafricanos aborígenes(xhosa y zulú) que describe una regla ética enfocada a la lealtad con las otraspersonas y a las relaciones con ellas. Podría expresarse como: «Una persona es personaen razón de las otras personas» o «Todo lo que es mío es para todos». Este conceptofue la base para la «Comisión de la Reconciliación y la Verdad» de Sudáfrica presididapor Desmond Tutú y se ha constituido como uno de los principios fundamentales deesta república.
(Fuente: Garcia Campayo J. La practica de la compasión. Barcelona: Siglantana, 2019).
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